Escándalo militar en Cerro Muriano: tiros al aire, collejas, una llamada que hiela la sangre... y dos militares muertos

El diario "El Debate" accede a los testimonios y a la llamada estremecedora que el capitán hizo al 112 pidiendo ayuda

Sucesos24/01/2024GDH DigitalGDH Digital
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El día en que Carlos y Miguel Ángel murieron se sintió como un puñetazo en la cara. Un grupo de soldados dormía en el acuartelamiento de Cerro Muriano, en Córdoba. Apenas habían descansado un puñado de horas en los últimos días. A la noche le quedaba todavía mucha oscuridad cuando alguien se puso disparar y dar gritos.

Así lo describen varios testigos: «Eran las cinco de la madrugada cuando nos despertaron. Hubo disparos al aire, pero no sé quién los realizó. Había muchos gritos: ¡¡Arriba!! ¡¡Viene el enemigo!! ¡¡Deprisa!! El que daba los gritos era el capitán Zúñiga», explica uno de los soldados.

Se vistieron a toda velocidad: al salir a la calle les recibió un frio helador y la luna. El capitán, se supone que para meter prisa, volvió a disparar al aire. Se formaron pelotones y los soldados subieron a los camiones.

Tuvieron un primer ejercicio que consistía en meterse en unas alcantarillas de uno en uno y reptar hasta el destino. Al acabar volvieron a agruparse, se colgaron las mochilas y caminaron durante 15 minutos. En mitad del campo les ordenaron que se tiraran cuerpo a tierra.

Cuando acabaron, de nuevo se subieron a un camión. Esta vez les llevó hasta el lago de la base militar. «Ya había amanecido. Sería sobre las nueve de la mañana. Estaba nublado pero se veía», explica un soldado. El teniente preguntó a voces: «¿Hay alguien que no sepa nadar?». A los que sí sabían les explicó: «Os tenéis que guiar por la cuerda que cruza el pantano. Esta amarrada a dos árboles. Uno en cada extremo. Si sentís que hay peligro, os podéis agarrar con una mano». La cuerda estaba a unos 50 centímetros del agua.

Los soldados llevaban la mochila a la espalda. En su interior: bridas, cuerda, kit de limpieza del fusil, pulpos, piquetas, una muda de ropa interior en una bolsa estanca, unos calcetines, una camiseta interior, un orejero, un forro polar fino, una mina de unos 3 kilos de peso, manta americana, funda y techo de vivac. «Calculo que la mochila pesaba unos 11 kilos», dice un soldado.

El teniente Tato entró el primero. Era para dar ejemplo. Se quitó la mochila y la utilizó como flotador con una mano y con la otra puso el fusil sobre la mochila. Le siguieron tres soldados que comenzaron a imitarle. «No les salió bien. Nadie nos había explicado cómo hacerlo. Solo imitar al teniente. Un compañero perdió el fusil. Lo encontraron. Al salir el capitán le pegó un cogotazo al soldado».

Al soldado le ordenó ir caminado al otro extremo, por patoso. El resto tuvieron que entrar en el agua. Congelaba la piel al simple contacto. Pocos minutos después se montó un lio gordo. Muchos pedían socorro porque se ahogaban y otros se agarraban de la cuerda. Pero no era una línea de vida que les salvase. Solo una cuerda guía para saber en que dirección ir.

La cuerda se hundió. Alguno de los militares incluso llegó a salvarse porque se apoyaron en la misma con los pies. Durante los siguientes veinte minutos se vivió un infierno de gritos y desesperación. Los testigos dicen que alguien mando soltar la cuerda, aunque no está claro quién dio la orden. Los soldados que lograban llegar a la orilla vomitaban para echar el agua que habían tragado. Además, estaban congelados. «Haced flexiones», se gritaban unos a otros para entrar en calor y no perder más temperatura corporal.

En mitad de la confusión dos soldados se ahogaron. Sin embargo, los mandos creyeron sólo haber tenido un desaparecido. De hecho, cuando el capitán llamó al 112 para pedir ayuda y a buceadores, sólo hace referencia a un desaparecido. La llamada se puede escuchar en este crónica. Con el paso de los minutos, muchos minutos, acabaron echando de menos al segundo.

Ya ni siquiera llamaron al 112 para informar de su ausencia. Los GEAS de la Guardia Civil estaban en camino. Fueron ellos los que rescataron los dos cadáveres. Falló la cuerda, las mochilas no eran estancas y la temperatura, demasiado baja, era inasumible. Muchos creen que el capitán pudo ver desde el principio que era un ejercicio imposible. La demostración la tuvo con el soldado al que dio la colleja. Aun así persistió. ¿Se pudo imaginar el resultado? Todo indica que sí.

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