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Desde esta semana, la élite de la Guardia Civil luce una hoja de laurel menos en su escudo
Guardia Civil 14 de julio de 2022Este martes, con sus 65 años recién cumplidos, el suboficial mayor Manuel Rivera ha pasado a retiro, cerrando el círculo de una primera promoción del Grupo de Acción Rápida que ya no cuenta con ningún agente en activo.
Han sido más de cuatro décadas de servicio ininterrumpido al GAR, unidad que vio nacer desde dentro. Porque Rivera (Palma del Río, Córdoba; 1957) fue uno de los muchos jóvenes guardias que dieron un paso al frente cuando, a finales de los años 70, el Ministerio del Interior buscaba una respuesta rápida y eficaz a los años más duros que jamás ha conocido la historia terrorista en nuestro país.
En aquel ya lejano 1978, mientras la democracia avanzaba sus primeros pasos en España, este joven andaluz de 20 años apenas se había asentado en Logroño cuando en la Comandancia Móvil -entonces acuartelada en el actual Palacio de Justicia- los mandos solicitaron voluntarios para formar una sección con instrucción militar y policial con las que hacer frente ETA. «Fue un curso intensivo muy duro, no todos consiguieron completarlo, pero a la vez fue muy gratificante porque se salía de nuestra rutina», recuerda, señalando que «ya durante la instrucción tuvimos que subir al norte en alguna ocasión».
Eran días de amaneceres truncados por las carnicerías con las que regaba el país el terrorismo vasco, que tenía a la Guardia Civil como objetivo predilecto. De hecho, la fase de reclutamiento de aquella primera unidad del GAR (por entonces, UAR, Unidad Antiterrorista Rural) se vio acelerada por el atentado de Ispáster (1 de febrero de 1980), en el que murieron cuatro guardias civiles en una emboscada de los terroristas.
La vocación de servicio público le viene al suboficial mayor Rivera de familia. Su padre, brigada de la Guardia Civil, murió cuando aún no había alcanzado la adolescencia pero tuvo tiempo de inocularle el verde como color preferido. «No conozco otra cosa ni jamás me he planteado algo distinto que ser guardia civil; en cuanto acabé COU me alisté en la academia y hasta ahora», explica, sin poder ocultar una mueca de tristeza al evocar cómo tuve que ocultarle a su familia sus rutinas en los bautizados como ‘años de plomo’.
«En casa no podía contar nada de lo que estaba haciendo aquí en La Rioja. Mi hermana intuía algo sin contarle muchos detalles, pero mi madre nunca supo que estaba en el GAR; la tenían engañada y solo sabía que era guardia civil en el norte, algo que llevaba con mucho orgullo», señala.
«La muerte me ha tocado muy de cerca»
Al no contar en casa nada sobre su labor antiterrorista, Rivera no pretendía sino liberar a sus seres queridos de la carga que supone convivir palmo a palmo con la muerte. Porque, aunque asegura que «ha habido muchos más momentos alegres», no oculta que en el ejercicio de su trabajo ha tenido que asistir «a muchos más funerales de los que hubiera imaginado.
Incluso, alude a la fortuna para explicar que su nombre no figure entre los de las casi 850 víctimas mortales de ETA: «Me tocó muy de cerca la muerte de un cabo y un guardia en un control de carreteras; tuve la suerte de que yo estaba controlando el sentido contrario de la circulación». En cambio, asegura que «el golpe más duro lo recibí antes del GAR», cuando «con 20 años estaba en la Comandancia Móvil de Logroño y mataron a un amigo mío muy cercano, que me tenía como su hermano pequeño». Aquel golpe no hizo sino reafirmar su objetivo de plantarle cara a ETA desde la primera línea de acción: «Tenía claro qué quería hacer, pero aquello me impactó mucho y fue un acicate para ingresar en el GAR».
«Fuimos los primeros en salir a por ETA»
Porque si de algo presume el último de los integrantes de aquella promoción del GAR es de la contribución de esta unidad en el fin de la banda terrorista: «Hay estudios que demuestran que a raíz de la presencia del GAR en País Vasco comenzó a descender el número de atentados, y por consiguiente también el número de víctimas». «El terrorismo comenzó a verse acorralado y, aunque siguió habiendo golpes, los terroristas ya no campaban a sus anchas por las calles», explica Rivera, enfatizando que «fuimos los primeros agentes en salir a por ellos tras muchos años de labor preventiva».
«La principal labor del GAR no son los operativos desplegados ni las detenciones de terroristas, sino todo aquello que ha podido evitar, aunque sea imposible de cuantificar», asevera.
Relevo generacional
Más de cuatro décadas después del reclutamiento de aquella primera promoción, el GAR está consolidada como unidad de referencia en la lucha contra un terrorismo que se ha adaptado a los nuevos tiempos. Con ETA disuelta, el islamismo radical se presenta como la principal amenaza -que no la única- de la seguridad global.
Los tiempos han cambiado, pero el motor de los guardias que deciden alistarse en el GAR permanece inmutable: hacer del mundo un lugar más habitable haciendo frente a los delincuentes más peligrosos. De las nuevas promociones, Rivera siempre ha percibido «un cariño y un respeto especial; no por ser mejores ni peores, ojo, sino por ser parte de los primeros agentes de la unidad».
En su caso, además, el vínculo es más fuerte, pues los últimos años de su trayectoria los ha desarrollado en la Oficina de Mando del GAR, el lugar desde el que se fijan los objetivos y se perfilan los operativos a desplegar sobre el terreno: «Me conocen prácticamente todos porque en algún u otro momento han tenido que pasar por la Oficina de Mando».
A los nuevos miembros de la unidad, les transmite su experiencia, que no es poca: 45 años de servicio, de los que una década los desarrolló en primera línea de acción. Poco se parece la formación de entonces a la actual, mucho más tecnificada y perfeccionada con el paso de los años: «Ahora la instrucción y los medios son mucho mejores. Nosotros estábamos formados más ‘a lo bruto’, pero es que nos tocó una época muy dura que ellos no están viviendo ahora».
No es Manuel Rivera un hombre invadido por la nostalgia. «Yo no quiero volver a tener 20 años, pero si tuviera que hacerlo volvería a ofrecerme voluntario de aquella primera promoción», asegura, subrayando que «no me lo pensé entonces y no me lo pensaría ahora; no cambiaría absolutamente nada».
Pero como la vida no es sino adaptarse a los retos que se nos plantan delante, el de Rivera se presenta como el cuidado de su nieto de 1 año, al que piensa dedicar a partir de ahora el tiempo que no pudo dedicarle a su familia por sus obligaciones contra el terrorismo. «Con los nietos no se puede dudar», bromea mientras cierra una etapa en la Comandancia de la X Zona de la Guardia Civil en La Rioja. Una etapa dorada en la historia del instituto armado, cuya primera hornada del GAR ya ha completado sus servicios.
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